Sobre la Revisión Estratégica de la Defensa

por Pedro Fatjó, 18 de junio de 2000

En primer lugar, cabe hacer un comentario crítico sobre la forma con que se está llevando adelante esta 'Revisión Estratégica de la Defensa' y que puede sintetizarse con el término de 'secretismo'. No deja de resultar llamativo que una actuación gubernativa de tanta importancia esté pasando prácticamente desapercibida para la opinión pública de nuestro país y aquí hay que decir que no toda la responsabilidad es achacable al gobierno. Los distintos partidos políticos no han prestado casi ninguna atención, o al menos no la han hecho pública y los medios de comunicación tampoco parecen tener el más mínimo interés por el tema. Una situación de desinterés por los asuntos de la Defensa Nacional que contrasta agudamente con la publicidad que en Estados Unidos, por ejemplo, ha merecido la Quadriennal Defense Review y otros procesos de revisión del papel y misiones de las fuerzas armadas en dicho país. Difícilmente puede generarse una cultura de la defensa entre la ciudadanía española si los responsables políticos y las instituciones de opinión hacen gala de tal grado de desidia al respecto.
 
Es obvio que en el reducido espacio de estas líneas no es posible plasmar un análisis, siquiera resumido, de la problemática estratégica de nuestra nación y de los cambios que ha experimentado en las últimas décadas o puede experimentar en el futuro. Pero de todas formas, sí es factible hacer referencia a algunas cuestiones básicas y sobre las que parece existir un consenso más o menos amplio entre los especialistas.
 
Los tiempos de la defensa nacional concebida como defensa territorial frente a amenazas directas procedentes del exterior, por ejemplo de países cercanos en la geografía, han pasado a la historia. Igualmente, el fin de la guerra fría ha alejado del corazón de Europa la posibilidad de una confrontación generalizada entre bloques. Y no hace falta decir, en relación específica al caso español, que una concepción de la defensa entendida como la ocupación del propio territorio y la vigilancia de la propia población, desapareció hace ya muchos años, por fortuna, aunque sus consecuencias en términos de estructura de las FAS, tal vez todavía no han desaparecido del todo.
 
Las necesidades defensivas que se van perfilando desde la última década del pasado siglo, al menos en los países más desarrollados, van en la dirección del mantenimiento del equilibrio internacional, del refuerzo de la democracia allá donde exista o de su implantación o recuperación en donde se ha perdido, y sobre todo, de castigo sobre los estados que intenten alterar el orden internacional por medios violentos (Kuwait o los Balcanes son claros ejemplos de ello). Es cierto que hay un camino inmenso por delante, no exento de posibles retrocesos, que la voluntad política de los estados más desarrollados no siempre se caracteriza por la firmeza de su expresión y que el margen de incertidumbre en que tendremos que movernos en el futuro es muy grande. De hecho, el debate en torno a la llamada 'Revolution in the Military Affairs' va en esta dirección, si bien tiende a reflejar las consideraciones particulares de la gran potencia norteamericana.
 
En cualquier caso y en directa referencia al contexto euro-atlántico en que se sitúa España, sí cabe extraer algunas conclusiones, aunque sin duda sujetas a futuras revisiones. En primer lugar, el esfuerzo defensivo tenderá a ser cada vez menos un esfuerzo nacional solitario y cada vez más un esfuerzo nacional insertado en una planificación estratégica de naturaleza supranacional, en el que se compartan objetivos estratégicos, modelos de FAS, procedimientos de actuación, métodos de instrucción, estructuras logísticas, capacidades operativas y sistemas de armas. Por otro lado, es previsible que este esfuerzo por una defensa común se vea acompañado, y matizado, por el grado de compromiso que con el mismo desee establecer cada gobierno soberano. Aún no ha llegado el tiempo en que desde Bruselas o Estrasburgo se decidan de manera directa esta clase de cuestiones.
 
En lo que a España hace referencia, este panorama implica que el Gobierno, con el concurso del Parlamento, defina con claridad su nivel de compromiso. Pero para ello hay que establecer un hasta donde desea llegar la sociedad española y sus instituciones de gobierno en su implicación por una defensa común. Podemos optar por un modelo que guarde proporción con nuestro peso económico y político y que, en consecuencia, apueste por aumentar la presencia internacional de España en todos los terrenos (incluyendo la defensa) o, en fin, podemos acordar que la proyección internacional de España en el terreno de la defensa no es tan relevante y regatear los recursos necesarios, que sería más bien la situación presente.
 
En el supuesto de que se adopte la decisión de potenciar el papel internacional de España se hace imprescindible no ya una revisión estratégica, que la es desde luego, sino también una revisión sobre el modelo de nuestras FAS, o más exactamente, de su estructura y capacidades operativas, algo que hasta el momento ha tendido a ser dejado en manos de los militares y que, en mi opinión, debería pasar al ámbito de decisión del Gobierno y del Parlamento.
 
En términos militares, consolidar o aumentar el peso internacional de España implica de forma forzosa aumentar la capacidad de proyección exterior y de respuesta rápida de nuestras FAS, algo de lo que estamos demasiado lejos con la estructura y los medio del presente. Vayamos por partes.
 
Si apostamos por las capacidades mencionadas no queda más alternativa que apostar por una fuerte potenciación de nuestra Armada, la rama de nuestras FAS más adecuada para estas funciones. No voy a entrar aquí en un análisis histórico del papel de las marinas de guerras en las políticas de defensa de las principales potencias, pero no cabe duda que es la marina, y más todavía en un país de las características de ubicación geográfica y posición estratégica de España, es el arma más apropiada para una estrategia de proyección de fuerza. Es más, las tendencias citadas anteriormente acerca de los planteamientos de defensa que se están formando en la propia UE, en la OTAN o en los EE.UU., no hace más que reforzar y extender ese papel. De la lectura del 'Libro Blanco de la Defensa 2000' se desprende esa misma concepción. Sin embargo, en la actualidad nuestra Armada apenas cuenta con el 17% del presupuesto de defensa, una participación aproximadamente igual a la del Ejército de Aire y muy inferior a la del Ejército de Tierra, que absorbe el 38% del total presupuestario.
 
En términos de fuerza, si la Armada tuviera el papel que se vería obligada a asumir (si existe una mínima coherencia entre fines y medios) es evidente que carece de los medios necesarios para ello, cuando menos en la medida adecuada. En el momento presente y para la proyección de fuerza se cuenta con un grupo aeronaval (grupo Alfa) y un grupo anfibio (Delta). El primero se articula en torno a un único portaviones ligero y una escuadrilla (6 unidades) de fragatas clase F-80. La próxima incorporación de las nuevas fragatas de la clase F-100 potenciará enormemente la capacidad AAW del grupo. Se cuenta, además, con otra escuadrilla de escoltas oceánicos (5 unidades de la clase F-70) pero que se encuentran al límite de su vida activa y con una escuadrilla de escoltas costeros (4 unidades dela clase F-30), cuya capacidad es muy limitada. En cuanto al grupo anfibio en este momento se compone de dos nuevos y magníficos LPD y dos viejos LST de procedencia norteamericana y que no deben tener demasiados años de vida por delante. No hace falta decir que el núcleo del grupo Delta es la brigada de infantería de marina, posiblemente la unidad de nuestras FAS más optimizada en su instrucción, medios técnicos y capacidad operativa para una estrategia de proyección de fuerza.
 
En concordancia con la estrategia de proyección de fuerza, es conveniente potenciar el grupo anfibio (con un nuevo LPH; tipo de buque que, por otro lado, no supone un gran dispendio económico en relación a las posibilidades que ofrece) y mejorar los medios de la infantería de marina, en especial, en helicópteros de asalto y transporte, sin duda uno de los déficit más importantes que padece en la actualidad. En el terreno de los buques de escolta, lo más eficaz sería alargar la serie F-100 en al menos otras cuatro unidades, dando paralelamente de baja a las F-70 y F-30. De esta forma, la Armada contaría con 14 escoltas oceánicos, que en conjunto ofrecerían una excelente capacidad AAW y ASW. A más largo plazo (10-12 años) habría que tener listo el reemplazo del portaviones ligero por un nuevo navío de mayor desplazamiento y capaz de operar con aviones tipo F-18 o JSF, aunque fuese en número limitado. La existencia de un segundo portaviones, bien sea otra unidad del modelo destinado a sustituir al R-11 o bien uno construido a más corto plazo para entrar en servicio junto a este último, sólo sería factible si se reordenasen las asignaciones presupuestarias del Ministerio de Defensa en la línea de aumentar de manera substancial los recursos puestos a disposición de la Armada. Tampoco habría que olvidar la construcción de un segundo buque de apoyo y de un segundo petrolero de escuadra; de nuevo, su relativo bajo coste y el aumento de la capacidad oceánica tanto del grupo Alfa como del Delta, lo hace más que deseable.
 
Por último, y a riesgo de simplificar, el arma submarina podía reducirse de las 8 unidades actuales a 5-6 unidades, eso sí, de mayor autonomía que los S-70 y dotados de sistema de propulsión AIP, además de sistemas de armas hasta ahora ausentes en nuestros submarinos, como misiles antibuque o mar-tierra. Tampoco habría que olvidar los medios de guerra contra minas: a los 8 cazaminas en servicio o en construcción se deberían añadir algunas unidades con plena capacidad oceánica.
 
El Ejército del Aire es también víctima de esa peculiar distribución presupuestaria que viene caracterizando a nuestras FAS (y que es más un herencia histórica que otra cosa). Nuestro EA se mueve en torno a unos 150 aviones de combate, una cifra corta de por sí para un país de las dimensiones de España y que cuenta con dos archipiélagos como parte de su territorio nacional. Tampoco las disponibilidades de armamento aéreo (sobre todo de misiles aire-aire y aire-tierra) son suficientes para sostener una acción bélica de cierta intensidad que no dura más que unos pocos días. Y otra grave ausencia en el EA es la total carencia de aviones de vigilancia radar y alerta temprana; ausencia que sólo puede explicarse por la penuria presupuestaria a que se ha visto sometido tradicionalmente el EA.
 
La entrada en servicio de los 87 ejemplares del EFA no va a paliar esta insuficiencia de medios de combate, tanto por el largo periodo de recepción, que se prolongará hasta el 2012, como por su escaso número. Para cuando los EFA hayan sido totalmente recibidos, los F-18 estarán al límite de su vida activa (de hecho, una parte de la flota la estará superando) y no parece que hayan siquiera previsiones para su futuro y forzoso reemplazo. En la estrategia de proyección de fuerza no tiene cabida un EA con sus capacidades seriamente disminuidas por falta de efectivos y de medios (por no hablar del crónico problema de la escasez de pilotos). Sólo un notable aumento del presupuesto podrá evitar esta situación y dotar adecuadamente al EA de aviones de combate y de armas avanzadas en número suficiente para desempeñar el importante papel que le corresponde en esa clase de estrategia.
 
El Ejército de Tierra es el núcleo duro de cualquier revisión de la estrategia de defensa que sea mínimamente seria. Creo que no cabe duda que sigue estando sobredimensionado y que ofrece una muy escasa capacidad operativa en relación a sus dimensiones y en comparación con la Armada. Por ejemplo, no se entiende para qué se mantiene una llamada 'Fuerzas Movilizables de Defensa', integradas por 3 brigadas de infantería ligera, una brigada de caballería acorazada, un regimiento de artillería de campaña y un regimiento de ingenieros. La mayoría de las unidades que la integran están meramente en cuadro (hay oficiales y suboficiales pero apenas hay tropa) y el resto no se caracterizan precisamente por su capacidad de movilización rápida. Más bien parece una reliquia de las antiguas Brigadas de Defensa Operativa del Territorio, creadas en los años sesenta y ya entonces sin saberse muy bien para qué. Lo más lógico sería disolver esta fuerza y destinar los recursos financieros y humanos liberados con su disolución a otras funciones.
 
En cuanto a la Fuerza de Maniobra también se observa una dimensión excesiva, en especial en relación a los medios (armamento y equipo) disponibles. Se contabilizan dos brigadas blindadas (una de caballería y otra de infantería), dos brigadas mecanizadas, una brigada de montaña, una paracaidista, una aerotransportable, una de la legión más las correspondientes unidades de apoyo (artillería, ingenieros, transmisiones, etc.). Con estos medios y ante una estrategia de proyección de fuerza se impone una pregunta básica: ¿para qué tenemos varios centenares de carros pesados si carecemos de la capacidad de moverlos en número significativo más allá de nuestras fronteras? Y lo mismo cabe decir de las unidades paracaidistas y aerotransportables: nuestros medios aéreos apenas autorizan a desplegar a duras penas un batallón, pero contamos dos brigadas. Sería más eficiente tener una sola brigada, con un solo batallón paracaidista y tres de infantería ligera, y disponer de aviones y helicópteros suficientes para trasladar toda la unidad al destino deseado (aunque fuese en dos oleadas) que no la situación presente. Igualmente, es patente la insuficiencia de medios que padecen las FAMET. En fin, menos carros pesados y más helicópteros (de asalto, de transporte y de reconocimiento-ataque). También es patente la insuficiencia de medios antiaéreos, sobre todo en número: las cifras de misiles Roland o Mistral es ridícula en relación incluso al tamaño de las unidades a las que deberían proporcionar cobertura. Lo mismo cabe decir de la disposición de vehículos de ingenieros verdaderamente modernos y que no sean conversiones de viejos M-47 o M-60.
 
Tal vez lo más adecuado sería una estructura de fuerza menos dimensionada pero mucho mejor dotada de medios: una brigada blindada, dos mecanizadas, una aerotransportable y una o dos de infantería ligera; pero eso sí, al 100% de sus efectivos humanos y materiales y con recursos suficientes para poder realizar más días de instrucción, de maniobras, de ejercicios de nivel brigada o agrupación de brigadas, etc. y, sobre todo, verdaderamente susceptibles de desplegarse en el menor tiempo posible y a larga distancia, lo que implica contar con los medios de transporte y apoyo aéreos y navales necesarios.
Por último, es imprescindible un realizar esfuerzo notable en los campos de la guerra electrónica, comunicaciones, mando y control. Nuestras FAS deberían contar con satélites y otros medios de vigilancia y reconocimiento de los que hoy por hoy carecen casi por completo y que en el actual contexto tecnológico de las operaciones militares son tan relevantes como poseer varios batallones mecanizados más.
 
De todo lo dicho hasta ahora sólo cabe extraer una conclusión: es hora de que la política de defensa de España muestre una adecuación entre los objetivos de nuestra política internacional (un aumento del peso de nuestro país en la arena internacional, algo por cierto, que ha tenido continuidad entre los gobiernos de Felipe González y de Jose Mª Aznar) y los medios puestos a disposición de las FAS para cumplir el papel que se les asigna en la misma. Pero con lo que no se puede seguir es con el despropósito de buscar un mayor protagonismo internacional, sobre todo en Europa, y después enviar CUATRO aviones para participar en las operaciones sobre Kosovo o reducir nuestra participación en el conflicto del Golfo a un par de buques paseando el pabellón. ¿La revisión de la estrategia de defensa será otra oportunidad perdida?