¿Tiene arreglo España?: La crisis política

por Rafael L. Bardají, 12 de noviembre de 2018

La actual crisis que afecta a España es el producto de una doble dinámica. Por un lado, la política, producto y culminación de un modelo santificado en el 78 y que, con su supuesto liberalismo y tolerancia a los extremos, ha acabado por volverse un peligro para sí mismo; por otro, está la dinámica social que, de la mano de la modernidad, ha sumido al pueblo español en un grave estado de confusión moral. Entendiendo por moral, el conjunto de valores que alimenta la convivencia nacional y la idea del bien común.

 

España sí tiene arreglo. Aún. Pero, además de ganas de ponerse a ello, hay que tener muy claro cuales son los males que nos aquejan, porque el tiempo no corre a favor de todos los que amamos a nuestra nación.

 

Vayamos por partes. En primer lugar, la crisis política. Mucho se ha dicho del final del bipartidismo al que estábamos acostumbrados y la irrupción de una supuesta “nueva política”. Y subrayo lo de nueva, porque, como se ha visto rápidamente, la política en España pasa de nueva a ser vieja en menos de un suspiro. No sólo porque la carne es débil y los que criticaban a la policía ahora pidan su protección para esconderse tras los muros de propiedades de lujo al alcance de los menos, sino, sobre todo, porque el actual sistema es lo que tolera y a lo que conduce. El régimen salido del 78 se define constitucionalmente como una monarquía parlamentaria, con todas las garantías de separación de poderes, libertad de expresión etc. De una democracia liberal avanzada, pero, en realidad, es un sistema que instaura a la chita callando una férrea partitocracia. Esto es, un sistema donde todo bascula sobre el papel de los partidos políticos que se colocan en una situación privilegiada y con capacidad para repartirse instituciones, dinero público e influir decisivamente en la actividad privada. Yo creo que la política nunca debe convertirse ni en el eje central de la vida de las personas ni el de la sociedad en general. Pero, en todo caso, lo que no debe consentirse es que nuestro destino resida en las manos de los gerifaltes de los partidos políticos, que vivan del erario, que controlen subvenciones, que pongan y quiten jueces, que influyan en la prensa, que se rodeen de sindicatos, fundaciones y toda una plétora de organismos pagados con nuestros impuestos y que se crean que son el único instrumento para que los españoles manifestemos nuestras inquietudes. El actual sistema de partidos podía -y debería- ser otro incluso dentro de la actual constitución. Bastaría con cambiar la Ley electoral, introducir listas abiertas y cancelar las subvenciones públicas. Lo que tenemos es producto del chantaje de la izquierda durante la transición y del ansia de acomodo y legitimidad de los líderes de la UCD, temerosos de ser acusados de franquistas.  Ya no tiene por qué se así.

 

En segundo lugar, los líderes del 78 no supieron dar una salida razonable al separatismo del País Vasco y Cataluña y elevaron a normalidad lo que tendría que ser una excepcionalidad. Con la frase de “café para todos” se inventaron un mapa autonómico absolutamente artificial con la esperanza callada de que si toda España era una autonomía, vascos y catalanes se integrarían mejor. El resultado, como sabemos, ha sido el contrario. En Cataluña se ha alimentado un golpe de estado contra España y en el País Vasco los terroristas campan a sus anchas en las instituciones públicas. Aún peor, se ha fragmentado y roto la unidad de España, el sentido de una comunidad y la idea de unos valores, una identidad y un empeño que nos une a todos y que hace del pueblo español algo mejor cada día. Pero lejos de aceptar que las autonomías han sido un gravísimo error, el sistema del 78 y los partidos que lo apuntalan, no quieren, no pueden ni oir hablar de acabar con ellas. No es constitucional, se dice. Pero si no se plantean una reforma de la carta magna para recentralizar España no es porque sea inviable, sino porque su vida y devenir está íntimamente asociado al régimen autonómico. Sin autonomías perderían influencia en las instituciones regionales, perderían cargos públicos y puestos de libre designación, perderían entradas financieras, perderían poder, en suma. Y eso es algo que una partitocracia no se puede permitir, sea bueno o malo para España y los españoles. ¿A quién le importa?

 

El régimen del 78 ha hecho de la política un teatro chino, donde las sombras y no la realidad es lo importante. Propaganda barata y falsas promesas es lo que se ofrece a los españoles. Yo creo que ha llegado el momento de decir basta a este estado de cosas. El pueblo español es maduro y está preparado para tomar las riendas de su destino. Es más, hay un puñado de personas que lleva años advirtiendo del rumbo suicida al que nos llevan los actuales líderes políticos. VOX defiende poner coto a todos los desmanes cometidos bajo ese paraguas en el que se ha convertido el llamado “régimen del 78”. Hace ya 40 años de la constitución y algunos más de la desaparición de Franco. Es hora de pasar página y de que los españoles nos dotemos de un marco de convivencia digno del siglo XXI y que sea capaz de afrontar con eficacia los retos a los que nos enfrentamos y también de combatir a nuestros enemigos. En nuestras manos está conseguirlo.