Un año para no olvidar

por Rafael L. Bardají, 12 de mayo de 2021

Las elecciones de Madrid han alterado el “relato”, ese cuento con el que la mayoría de nuestros políticos nos quieren engañar aparentando seriedad y convicción. El de Génova, queriendo apoderarse de la victoria de Isabel Díaz Ayuso, es triste por escasamente creíble; el del gobierno, pavoroso, por soberbio y porque, mucho más grave, destila maldad.

 

Todo empezó con la delfina (supongo que como buena comunista-feminista me autorizará a utilizar semejante despropósito) del descoletado Pablo Iglesias, a la sazón ministra de trabajo y vicepresidenta tercera, Yolanda Díaz, anunciando públicamente que “ahora empieza la legislatura” y que “lo mejor, está por llegar” y ha continuado con un fatuo Pedro Sánchez, afirmando que el pasado, pasado está y que el futuro es “vacunas, vacunas”, hinchando pecho porque en tres meses tendremos 10 millones de españoles completamente vacunados y, como tantas veces, olvidando su promesa de que para entonces sería el 70% de la población y ya habríamos alcanzado eso que se llama la “inmunidad de rebaño”.

 

Esto es, el gobierno quiere que olvidemos todo el 2020 y lo que va de 2021 hasta el 4 de mayo, como si nunca hubiera existido y, aún peor, como si no hubiera pasado nada.  Cosas tan banales para la Moncloa como contar con más de 100 mil fallecidos por Covid, tener la tasa más alta de sanitarios contagiados, o sufrir la peor contracción económica del mundo occidental. “Eso no es nada chiqui” que añadiría la ministra de los mil millones, María Jesús Montero. Y para quienes no quieren olvidar, una buena dosis de confusión y mentiras para aparentar que España no es diferente del resto y que lo que las respuestas del gobierno son parecidas a la de nuestros vecinos. Falso, falsísimo.

 

El daño infligido por la pandemia tiene menos que ver con el virus que con la estructura política de una nación; menos que ver con la fortaleza -o fragilidad- del sistema sanitario que con la capacidad de previsión y reacción de sus dirigentes. No lo digo yo que soy un don nadie, que conste. Es el breve resumen que ofrezco de un concienzudo libro que acaba de sacar al mercado el famoso historiador Niall Ferguson bajo el título de “Las políticas de las catástrofes”. Lo que traducido aquí quiere decir que el dramático impacto en vidas y pobreza es una acumulación de las decisiones adoptadas por nuestro sonriente gobierno, ese que prefiere las mansiones a los pisitos y el caviar a los berberechos. Quizá la mejor imagen de esta infamia en la que vivimos instalados es un Fernando Simón mostrándose decepcionado por el comportamiento de cientos o miles de jóvenes deseosos der escapar del estado de alarma, pero incapaz de aplicarse la más mínima crítica por decir aquello de que en España “no habría más de uno o dos casos”, que “las mascarillas no son necesarias”, que “los controles en los aeropuertos son fútiles” y que “la tercera ola no nos alcanzaría”.

 

No es de extrañar, por tanto, que el gobierno quiera olvidarse de todo lo mal que ha obrado, consciente o inconscientemente, por activa o por pasiva. Su objetivo es que olvidemos para poder seguir disfrutando de las prebendas del poder. El nuestro, recordar las mentiras tras mentiras con las que nos han contagiado el miedo, han acallado las críticas y han buscado la docilidad social. Con nuestras vidas y con nuestro dinero. No lo olvidemos.

 

El virus todo lo ha tocado y todo lo excusa. Desde los peajes por usar las carreteras a los cientos de asesores de un gobierno elefantiásico. Al fin y al cabo, como decía la ministra de Trabajo, también Biden está llevando al Estado a su máxima expansión en América. Y es verdad, el experimento socialista no se acaba en nuestras fronteras. Dicho lo cual, frente al desastre de muchos, hay tres naciones que sí han sabido enfrentarse tanto al virus como al creciente estatismo con éxito: Corea del Sur, Taiwan e Israel. Hay razones que lo explican, pero serán motivo de otro artículo. Lo importante ahora es no querer olvidar.