"We the Media"

por Óscar Elía Mañú, 11 de noviembre de 2020

Poca atención se ha prestado a esto: con un resultado apretado, con el país desorientado y dividido, y obviando el procedimiento legal y previsible, los grandes conglomerados mediáticos cruzaron el Rubicón: aclamaron a Biden nuevo César de la República Imperial. Ocuparon la Roma Atlántica. 

 

Yo no sé qué pasará al final con el recuento de votos y los procesos legales que han empañado las elecciones Presidenciales del 3 de noviembre, ni quien ocupará la Casa Blanca a partir de enero. Pero a día de hoy, tres cosas me parecen bastante claras, cosas que llaman a la prudencia y al respeto escrupuloso de las normas y procedimientos legales. La primera es el hecho del igualadísimo resultado electoral en algunos de los estados en liza, con porcentajes de 0,5% de diferencia y unos pocos miles de votos entre candidatos: esto ya de por sí exigiría un recuento transparente y abierto. La segunda son los casos de fraude que se han detectado y que son reales, aunque por ahora sabemos que minoritarios: quizá no afectan al resultado final, pero de entrada justifican una investigación más detallada, aunque sólo sea para acabar con cualquier sospecha. En tercer lugar, a nadie escapa que el voto por correo en Estados Unidos está desorganizado, es caótico, imposible de controlar y susceptible al fraude: puesto que estos votos están decidiendo, nada más lógico que fiscalizarlos adecuadamente.

Sólo por las tres razones -lo ajustado del voto, los casos detectados, las dudas en el voto por correo- es lo prudente detener el conteo como pedía y pide el equipo de Trump, someterlo a investigación y hacerlo bajo control judicial. Manifiestamente no ha sido así, y hemos asistido al nombramiento brusco, un fin de semana, de Biden como Presidente. Y es que se ha prestado poca atención a lo ocurrido el sábado pasado, hechos a mi juicio de enorme trascendencia. No cansaré al lector con detalles. Ese día estaba anunciada la rueda de prensa del equipo jurídico de Trump que debía presentar pruebas del supuesto fraude. La cita, de enorme importancia, quedó desbaratada dos horas, en tres actos sucesivos: primero, la CNN, CBS ,NYT, WP y FOX declaraban ganador a Biden; segundo, en pocos minutos Twitter permitía a éste y Harris autobiografiarse como Presidente y VicePresidente electos;  tercero, la noticia llenaba titulares los primeros mandatarios extranjeros felicitaban ya a Biden. A las 11.30 Giuliani y su equipo, desarbolados por la ola de reconocimientos y felicitaciones, trataban en vano de demostrar la teoría del fraude electoral ante un mundo que los ignoraba. En dos horas, con los votos aún contándose, con los recursos sin fallar, Trump habría perdido la Presidencia.

En unas pocas horas, los medios habían acabado con las esperanzas de su más feroz enemigo: se cobraban una presa codiciada, que los humillaba y zahería en cada ocasión. Pero más allá de la venganza, los medios certificaban su nuevo papel en la democracia norteamericana; más aún, en la democracia occidental. En unas elecciones “normales” las diferencias en votos no hubiesen desatado la polémica: los medios hubiesen podido “proyectar” -es quizá el verbo adecuado- la victoria la misma noche electoral el resultado, proyección que sería ratificada en los distintos estados en diciembre, y que por lo tanto se quedaría en simple anticipación informativa. La proyección implica adelantar lo esperable, que es el deber de los medios de comunicación: pero lo esperable sigue unos cauces estrictos, que corresponden a las instituciones, y que no está asegurado. Poca atención se ha prestado a esto: con un resultado apretado, con el país desorientado y dividido, y obviando el procedimiento legal y previsible, los grandes conglomerados mediáticos cruzaron el Rubicón: aclamaron a Biden nuevo César de la República Imperial. Ocuparon la Roma Atlántica.  

He aquí el hecho relevante de estas elecciones, que va más allá de la cuestión sobre quién ocupará la Casa Blanca a partir de enero: la usurpación mediática, a efectos políticos, de los procedimientos establecidos. Esta suerte de golpe del llamado a sí mismo “cuarto poder” ha quedado perfectamente reflejado en el famoso tweet del New York Times: “The role of declaring the winner of a presidential election in the U.S. falls to the news media”, borrado poco después. Y efectivamente, así ha sido. En unos pocos días, casi en unas pocas horas, los grandes grupos multimedia han sido capaces de pasar por encima del poder ejecutivo, censurando a la Casa Blanca (la famosa rueda de prensa de Trump), sumiendo al aún Presidente en un apagón informativo -al que se sumaron Twitter y Facebook- y aclamando públicamente a uno de los candidatos con los votos aún sin contar en varios estados y la concesión del otro candidato en el aire. 

Declarado Biden presidente por aclamación mediática y comprometidos ellos mismos en su nombramiento, los grandes medios no han podido desde entonces más que presionar al poder judicial, Tribunal Supremo o tribunales estatales para desestimar las demandas del equipo de Trump: en el fondo porque, de ser admitidas, ellos mismos quedarían en evidencia. A día de hoy la apelación a los tribunales -a la que todo ciudadano, candidato o no, tiene derecho- se muestra ilegítima frente al resultado democrático sancionado por los medios.  

Por fin, la elección mediática de Biden impacta también sobre la legalidad y la legitimidad de la elección del Colegio Electoral, que reside en los Estados. El triple argumento mediático -no hace falta discriminar votos legales de ilegales o fraudulentos, no es necesario recontar votos, no es legítimo examinar lo ocurrido el día 3- es un desafío directo a las prerrogativas de los legislativos estatales el 8, 14 y 23 de diciembre: ¿puede el legislativo de Georgia resistir a la ola mediática mundial que otorga a Biden sus 16 electores?

No entro en la cuestión de si el paso del Rubicón es legítimo o justo: pero se constata que el cuarto poder tiende hoy a pasar por encima de los otros tres, que son los únicos legítimos: el ejecutivo, del legislativo y hasta del judicial. Tiende hoy a convertirse él mismo en cesador o eliminador de Gobiernos, al margen del procedimiento electivo. No entro tampoco en si el tamaño del fraude es lo suficientemente grande como para dar la vuelta a los datos actuales, ni si el equipo de Trump es sincero en sus quejas y exigencias, o si estas están exageradas o no. Pero lo que sí es cierto es que la democracia se basa en que cada hombre tiene un voto, que cada voto es sagrado, y que debe consignarse de manera limpia, transparente y legal. Hasta que no se garantice esto, un proceso no es plenamente democrático.  Lo contrario es otra cosa. Es sustituir el “We the People” por el “We the Media”.