Xinjiang. Revoluciones chinas

por GEES, 16 de julio de 2009

Una manifestación de uigures en la región noroccidental china de Xinjiang, pidiendo que se investigara un linchamiento ocurrido el mes pasado de miembros de su etnia en otra provincia del suroeste del país, degeneró en varios días de hostilidades entre las etnias uigur y han, en los que murieron más de 180 personas, tres cuartas partes de ellos han, según las autoridades. Unos disturbios -que no son nuevos- con tintes separatistas y que confirmaron una vez más el descontento de las minorías en China.
 
No ha sido un levantamiento, como lo fue Tiananmen, sino un enfrentamiento entre dos etnias, uigur y han. Pero Pekín está preocupado. De ahí el rápido regreso del presidente chino desde el G-8. Sabe que las revueltas desestabilizan el país -y más desde que la causa tibetana amenazó con arruinar los Juegos Olímpicos de 2008-, que no sólo obligan a un fuerte despliegue de seguridad y mano dura sino que hacen que el régimen comunista sea el objeto de recelos y desconfianzas fuera de su territorio. Esta vez no se han producido tantas críticas occidentales contra Pekín, quizá por la falta de una figura mediática como el Dalai Lama, pero sí en el mundo musulmán. Desde Irán hasta Indonesia ya han empezado a lanzarse voces en defensa de los 'hermanos' uigures, llegando a invocar la tan temida 'guerra santa' contra los chinos.
 
Xinjiang es la patria de los uigures, pueblo musulmán y turcófono. Fronteriza con Mongolia, Rusia, Afganistán, Pakistán, India y varias repúblicas ex soviéticas de Asia Central, es además la segunda región china productora de petróleo, tiene abundante gas e importantes reservas de uranio. En ella los uigures han pasado de ser el 75 por ciento de la población al 45 por ciento. Los chinos de la etnia han han colonizado Xinjiang para explotar sus ricos yacimientos ocupando los trabajos mejor remunerados y ostentando el poder político y económico. Los uigures, como otras tantas etnias en China, han quedado fuera de las políticas de desarrollo chino a lo que se ha unido una progresiva limitación y represión de su religión y cultura. Un descontento social que ha alimentado el espíritu separatista de los uigures, que tiene su origen en el siglo XIX y que revivió tras la caída de la Unión Soviética y la independencia de sus antiguas repúblicas de Asia Central. Un nacionalismo que ha dejado de ser filoturco, laico y con simpatías soviéticas para apoyarse en la actualidad en el radicalismo islamista y que aspira a proclamar una nueva república islámica, el Turkestán Oriental.
 
Mientras el Partido Comunista chino se codea con las grandes potencias económicas, la cuestión étnica puede frenar los planes de crecimiento del país. Los recientes enfrentamientos interétnicos en Xinjiang son sólo la punta del iceberg porque hay muchas disputas todavía no resueltas con las minorías chinas, que temen desaparecer y diluirse por las políticas de asimilación practicadas por el gobierno. Aunque el más conocido es el caso tibetano, en el gigante asiático existen 55 etnias que suman más de 100 millones de personas frente a los 1.200 millones hanes. Esta vez además hay que sumar los potenciales problemas con el radicalismo islamista y todo sin olvidar que China sigue siendo el mayor Estado totalitario de la tierra.