Zarqawi está muerto, pero el daño que causó permanece

por Reuel Marc Gerecht, 17 de julio de 2006

Abú Musab Al Zarqawi se encuentra entre los terroristas islámicos menos interesantes desde que el terrorismo islámico moderno cobró forma en Irán y Egipto en los años 50 y 60. En comparación con Osama bin Laden, con su elegante prosa, su aprecio de la florida narrativa musulmana, su imitación presuntamente consciente del profeta Mahoma y sus refinados movimientos casi femeninos, Zarqawi era el camión islamista de la basura, un hombre rudo cuyo amor a la violencia era incondicional, orgánico y quizá hasta perversamente sexual. Pero Zarqawi era un hombre de su tiempo: un enorme punto rojo en el mapa de la caída libre moral del mundo islámico desde que la modernidad comenzase a vapulear la ética musulmana tradicional, con creciente eficacia desde la Primera Guerra Mundial.
 
No está claro en ningún sentido que Zarqawi hubiera tocado fondo. Su celebración de la masacre de infieles -- junto con todos los musulmanes a los que los fundamentalistas consideran apóstatas -- podría convertirse en el rasgo definitorio del bin Ladenismo en el futuro. La muerte de Zarqawi es causa de júbilo, especialmente entre los chi'íes de Irak, a los que masacró religiosamente. Ningún hombre en solitario hizo más por provocar la lucha sectaria en el inestable e Irak. Si los chi'íes abandonan la idea de una hermandad iraquí -- lo que es cada vez más probable mientras las estrategias de la incompetente y desinteresada contrainsurgencia americana continúan fracasando -- y machacan a la comunidad árabe sunní hasta convertirla en polvo, provocando probablemente un perverso duelo entre sunníes y chi'íes por toda la región, Zarqawi puede adjudicarse el mérito póstuma y orgullosamente.
 
Zarqawi estaba hecho a medida para el Irak post-Saddam: un fundamentalista sunní bárbaro y muy moderno en una sociedad pulverizada y militarizada por Saddam Hussein. A través de la opresión y su apoyo, Saddam había dado aliento a la militancia sunní. Desde finales de los años 80, el Carnicero de Bagdad se convirtió en uno de los grandes constructores de mezquitas de la historia islámica, y bajo sus cúpulas se reunían cada vez más fundamentalistas islámicos. Mucho antes de la caída de Saddam, una identidad islámica sunní revigorizada reemplazaba al secular partido Baaz como una, por no decir la, piedra angular de la comunidad sunní. Siempre atento al mundo árabe sunní en general (y al margen de los árabes chi'íes y los kurdos sunníes, que constituyen el 80% de la población de Irak), los árabes sunníes de Irak jugaban a ponerse a la altura de sus hermanos extranjeros, que ya habían rebajado, por no decir enterrado, el nacionalismo secular árabe como ideología inspiradora, y dado a luz al bin Ladenismo.
 
Zarqawi duró tanto como en Irak porque tenía muchos simpatizantes, probablemente incluso entre aquellos conmocionados por sus grotescas tácticas, a menudo encaminadas contra mujeres y niños chi'íes. Zarqawi y sus hombres se veían obligados, o eso se decía, a desplazar su cuartel general y sus áreas de operación a causa de la resistencia iraquí sunní a sus métodos y estilo sobrecogedor. Esto bien podría ser cierto. Pero los insurgentes sunníes de Irak bien podrían haberle matado con facilidad junto con sus aliados jihadistas iraquíes y sus extranjeros. Sus cifras y medios superaban los suyos. Podrían haberle traicionado hace mucho, ya sea con los americanos o con sus enemigos iraquíes. El Irak árabe sunní es una región de aldeas, pueblos y ciudades rodeados por grandes franjas de desierto donde los tipos de ciudad como Zarqawi y sus guerreros sagrados extranjeros no saber sobrevivir. (Norma importante acerca de los guerreros santos islámicos: son urbanitas que no conocen camellos).
 
El deseo de poder sunní en Irak es profunda y ferozmente fuerte. Subestimar esta fuerza y no plantarle cara frontalmente al comienzo de la ocupación continúa siendo quizá el mayor error analítico con diferencia del ejército americano, la Agencia Central de Inteligencia y la Autoridad Provisional de la Coalición bajo el embajador L. Paul Bremer. Distorsiona y hasta la fecha define la ética de los sunníes iraquíes como comunidad.
 
Su creencia en la supremacía sunní merma a esos americanos e iraquíes seculares que estaban seguros de que los iraquíes pensaban en sí mismos primero como iraquíes, sin referencia a lealtades sectarias. La lucha sunní ha hecho extraordinariamente difíciles los compromisos con las comunidades kurdas, y en especial con las árabes chi'íes. Ya sea dividiendo la riqueza petrolera, asignando posiciones de poder en el gobierno o atacando el equilibrio entre purgar y tolerar a los antes baazistas, los sunníes de Irak podrían haber salido ciertamente mejor parados sin la insurgencia sunní. Por encima de cualquier otro factor, la insurgencia ha convertido al clero tradicional chi'í de Irak de la hostilidad hacia el federalismo, a la neutralidad o incluso a la simpatía hacia él. Zarqawi comprendió la dinámica e hizo todo lo que pudo para garantizar que la sensibilidad sectaria prendiera tras la caída de Saddam.
 
Sería reconfortante creer que las atrocidades de Zarqawi han hecho más reflexivos a los sunníes iraquíes. El guerrero santo jordano les forzó a mirar al abismo. Ciertamente, matar a Zarqawi es un triunfo tan táctico como filosófico. Al contrario de gran parte de la mitología izquierdista, no existe un suministro incesante de talento operativo en los movimientos 'de liberación' del Tercer Mundo, ya sea su base religiosa o secular. Corta la cabeza de las organizaciones militares, incluso cuando son bastante descentralizadas, y la dañas de gravedad, quizá mortalmente. El presente proceso político en Irak, que está incorporando a más sunníes, puede tener algo que ver con la muerte de Zarqawi.
 
Su caída dará a los sunníes iraquíes un momento de pausa, reflexión, y quizá redacción amistosa de su propia historia. Sería demasiado pedir a los líderes de esta comunidad que confesasen el grado al que contribuyeron al fenómeno Zarqawi en Irak; ciertamente, el mundo árabe sunní que le rodea parece bastante dispuesto a aceptar que hombres y mujeres decentes sufran el precio cuando quiera que bin Laden lanza ataques letales contra Estados Unidos.
 
Pocos intelectuales árabes sunníes han respondido con alegría a la noticia de la muerte de Zarqawi. Muchos parecen incómodos con las tácticas que utilizaba Zarqawi (también parece que lo estaban bin Laden y su egipcio segundo de a bordo, Aymán al-Zawahiri, la conciencia moral tácticamente sensible de al-Qaeda). Muchos menos parecen estar incómodos con el objetivo general de Zarqawi -- destruir a los americanos, a los chi'íes y a los kurdos. En las próximas semanas, veremos si se desarrolla un debate serio y crítico del bárbaro tratamiento de Zarqawi a los chi'íes, y quién se abstiene de llamarle mártir.
 
Si los árabes sunníes iraquíes pueden dejar de hablar con simpatía de los jihadistas extranjeros, entonces pueden ser capaces de empezar a cuestionar la ética del martirio que alimenta su insurgencia contra el nuevo orden de Irak. Sí pueden dejar de utilizar el fantasma de la violencia como estrategia de negociación, entonces pueden ser capaces incluso de abortar la creciente violencia chi'í contra ellos antes de que consuma el país, destruyendo el esfuerzo respaldado por el clero para crear una democracia en funcionamiento. Esto puede ser ya imposible ahora que las milicias chi'íes aterrorizan a la comunidad sunní. De nuevo, Zarqawi sabía lo que se hacía: la reconciliación sería brutalmente difícil una vez que los chi'íes comienzan a hacer a los sunníes lo que los insurgentes sunníes, los baazistas y los guerreros santos llevaban años haciendo a los chi'íes.
 
La dimensión del probable éxito de Zarqawi es por tanto enorme -- mayor de lo que logró bin Laden el 11 de Septiembre. Zarqawi era el hombre adecuado, con la táctica adecuada, en el momento justo. Con toda probabilidad, no habría importado si Estados Unidos hubiera ocupado realmente el Triángulo Sunní tras deponer a Saddam Hussein, dando así a la exhausta comunidad árabe sunní una oportunidad de respirar antes de enfangarse sentimental y físicamente a causa de la insurgencia nacional y la guerra santa importada.
 
Pero el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld eligió no enviar más tropas a Irak tras la caída de Saddam, incluso después de que quedase completamente en evidencia que los insurgentes, no los americanos, controlaban las carreteras a lo largo del Triángulo Sunní. El General John Abizaid, comandante de las fuerzas americanas en Oriente Medio, desposó la manía de Rumsfeld por la guerra de nueva generación y su falta de interés en la sociedad iraquí post-Saddam con un enfoque de 'presencia ligera' muy novedoso frente a la contrainsurgencia.
 
Según este enfoque, las fuerzas americanas, si son desplegadas en grandes cifras, es más probable que provoquen problemas en lugar de asegurar la paz. Somos, como le gusta decir al General Abizaid, 'anticuerpos' en el Oriente Medio musulmán. Esta es una postura extraña de mantener tras tres años de insurgencia cada vez peor -- especialmente cuando la violencia en Irak ha caído cada vez que la administración Bush ha incrementado la cifra de tropas norteamericanas a causa de las elecciones. Es una postura extraña a sostener después de la victoria en Tal Afar, donde los americanos saturaron la ciudad de tropas americanas, y los residentes árabes sunníes liberados estaban agradecidos.
 
Bien podría ser que la muerte de Zarqawi envíe la señal equivocada al ejército americano, que parece determinado a continuar su contrainsurgencia 'conducida por la Inteligencia'. A la inteligencia útil le siguieron proyectiles guiados por láser -- exactamente el tipo de acción que le gusta al Secretario Rumsfeld. Pero ni nosotros ni los iraquíes vamos a encontrar refugio a través de las bombas inteligentes y la Inteligencia útil.
 
Si continuamos este camino 'fácil', sólo conseguiremos que el nombre de Abú Musab al Zarqawi perdure. Hay posibilidades razonables de que un historiador que examine nuestro paso por Mesopotamia y el valiente esfuerzo de los iraquíes por crear una democracia sobre las ruinas del totalitarismo de Saddam encuentre en nuestro epitafio algún tributo a Zarqawi en nuestro monumento dentro sin duda con seguridad de la zona verde, lejos de la carnicería que trajo el más salvaje de los terroristas.
 
 
Reuel Marc Gerecht es residente del American Enterprise Institute y colaborador del The Weekly Standard.