Autor: Rafael L. Bardají

En términos prácticos, que el PP defiende una mejor gestión de lo público dentro de los márgenes establecidos por la izquierda, sin plantearse desmantelar más que lo que le impida su buen hacer económico.

En política hay otra ley tan de hierro como las de la física: lo que no crece, decrece y corre el riesgo final de desaparecer. Se puede discutir en cuánto tiempo, pero poco más. Es, sencillamente, inexorable.

Cualquiera que haya leído algo de Historia y siga la política contemporánea sabrá que el poder no sólo corrompe, sino que la política es una excelente pasarela para muchos corruptos que la ven, entienden y explotan en sus beneficios personales de todo tipo que pueden ir de las orgías del Tito Berni al embutido ibérico que se sirve en el Falcon o las mariscadas sindicales.

No tengo claro si la famosa pandemia aceleró la revelación de sus instintos totalitarios, regalándole una serie de medidas coercitivas y de control de la población, recorte de sus derechos y censura de las libertades o si, por el contrario, fue un freno a sus delirios de grandeza al tener que lidiar con un imprevisto de tamaña magnitud.

La guerra se demuestra una vez más como una actividad compleja, no lineal y llena de sorpresas. Baste recordar lo que se decía de este conflicto en el inicio de la invasión: 4 días para que Kiev cayera. Hasta Washington y Paris le ofrecieron a Zelenski una ruta de escape para él y su familia: luego, tras el fracaso del asalto inicial sobre Kiev, vino lo opuesto.

La democracia española surgida del franquismo ha sido, más apropiadamente, una partitocracia, un sistema donde los partidos políticos y sus organizaciones aledañas, como sindicatos y fundaciones, eran el centro de gravedad de todo cuanto se cociera a nuestro alrededor, desde la designación de jueces a la concesión de contratos públicos.

Los opositores a la reforma judicial propuesta por el gobierno de Benjamin Netanyahu han generado una imagen apocalíptica sobre "el fin de la democracia" en Israel si la reforma se llevara a cabo.

Lo peor de todo es que Sánchez sigue actuando como le da la gana, con su desvergüenza habitual, porque todo le resbala, Moción o no.

Dado el nivel de corrupción y, aún peor, de perversión de la política en el que se ha instalado el socialcomunismo español, no me explico cómo cualquier constitucionalista no apoya la propuesta de Vox. En realidad si se por qué: porque la política y la moral son dos cosas bien diferenciadas desde los tiempos de Maquiavelo.

"Rusia no puede ganar" es el slogan que se repite en todas las cancillerías de la OTAN y entre los expertos que van a beber cerveza a la Conferencia de Múnich. Lo que no se dice es cómo llevarla a la derrota. Porque no se sabe cómo hacerlo.