El precio de los chivatazos

por Peter Brookes, 5 de julio de 2006

Esos chivatos anónimos, sin rostro que filtran información secreta sobre seguridad nacional no son héroes, como algunos afirman. En realidad, no son nada más que espías, auténticos “topos” que dan “ayuda y consuelo” a nuestros enemigos incluyendo a al Qaeda.
 
La revelación no autorizada del programa de seguimiento de transacciones financieras internacionales de los terroristas en el New York Times es el penúltimo ejemplo de los cobardes carroñeros que propulsan su propia agenda a costa de la seguridad nacional. Esta gente ha traicionado a sus colegas y morirá (o ya ha muerto) gente como consecuencia de ello.
 
¡Ya basta! El gobierno, especialmente el Congreso, debe hacer mucho más que simplemente tomar medidas drásticas contra estos actos “traicioneros”, debe desarrollar políticas y prácticas que impidan la filtración de información secreta a la prensa y penarlo.
 
No se crean las variadas excusas de que las filtraciones pueden servir al interés general. Todos los empleados del gobierno con acceso a información secreta tienen la obligación de protegerla bajo pena de ley.
 
No obstante pueden denunciar alguna política o programa que salga mal. Existen cauces que permiten a las autoridades competentes (no a la prensa) percatarse del asunto. El inspector general de cada agencia es una buena primera opción; si ese recurso falla, existen los comités congresionales de supervisión. Los comités de inteligencia con personal autorizado y en salas de audiencias seguras pueden tomar declaración formal o informal, en sesión abierta o a puertas cerradas.
 
Filtrar información operativa (algo opuesto a lo analítico) es una falta particularmente atroz. El revelar fuentes confidenciales de inteligencia, métodos o planes pone en peligro a los agentes americanos y extranjeros que trabajan para nosotros.
 
Los chicos malos leen la prensa, especialmente la nuestra, que está repleta de información confidencial. Y usan estos conocimientos a favor de sus operaciones cambiando sus tácticas y planes para burlar o superar nuestro control.
 
Por ejemplo, los terroristas cambiarán la forma en la que mueven el dinero que usan para derramar más sangre inocente - quizá incluso en Estados Unidos - gracias a la información revelada el viernes por el New York Times.
 
Las filtraciones también provocan que nuestros socios extranjeros se vuelvan reacios a compartir información. ¿Por qué un servicio de inteligencia extranjero tendría que dar información adquirida en una operación que, si fuese descubierta, pondría sus otras operaciones, personal y agentes en riesgo o en situación comprometida? (Esto es muy importante: La cooperación internacional es vital en la lucha contra amenazas internacionales como el terrorismo y contra problemas como los programas de armas nucleares de Irán y Corea del Norte).
Además, ¿qué agente extranjero querría trabajar para los servicios secretos americanos si eso significa que el trabajo mantenido en secreto a capa y espada podría terminar en la portada de un periódico americano, con la posible consecuencia de acabar en la cárcel o en un viaje rápido y corto al patíbulo? Simplemente imagine las espantosas consecuencias en Irak...
 
Las filtraciones también perjudican la cooperación entre las agencias gubernamentales americanas, con agencias que no pueden compartir inteligencia con otra por miedo a que sus fuentes o métodos puedan ser indebidamente revelados al público. Este temor también hace que nuestros operativos sientan mayor aversión a arriesgarse en las operaciones.
 
Los chivatos no sólo quebrantan la ley y la confianza especial que el gobierno confiere, también rompen filas con sus colegas, muchos de los cuales se arriesgan con valentía alrededor del mundo.
 
Según los expertos, los empleados de la CIA apoyan mayoritariamente la idea de eliminar a los chivatos de entre sus filas. No hay mucha simpatía por Mary McCarthy, empleada de la CIA a la que despidieron  porque se rumorea que ella es la fuente de las informaciones acerca de que la agencia mantiene prisiones secretas.
 
La indignación no es suficiente. El gobierno tiene que hacer más. El Congreso debería definir mejor la palabra “filtración” en el espíritu de la ley y mientras tanto el ejecutivo debería perseguir más enérgicamente a los chivatos (tal y como lo hizo Porter Goss, ex director de la CIA) y entablar acciones judiciales contra ellos.
 
Sí, el secreto en nombre de la seguridad nacional tiene que sopesarse con el derecho a saber que tiene la sociedad. Pero ese equilibrio es frágil, especialmente en tiempos de guerra. Algunos americanos, en particular los de los medios y en el gobierno, lamentablemente se niegan a aceptar las consecuencias de sus actos y tomarlos en cuenta. Hasta que logren entenderlo, no hay más remedio que tomar medidas drásticas.  
 
 
Peter Brookes ha sido Vicesecretario Adjunto de la Secretaría de Defensa de Estados Unidos y actualmente es investigador decano de la Fundación Heritage, columnista del New York Post y Director del Centro de Estudios Asiáticos. El nuevo libro de Peter Brookes se titula: “A Devil's Triangle: Terrorism, WMD and Rogue States”.