Las nuevas guerras rusas

por Mira Milosevich, 15 de septiembre de 2008

(Publicado en Actualidad Económica, septiembre de 2008)
 
La guerra de cuatro días, desde el pasado 8 de agosto al 12 del mismo mes, entre Rusia y Georgia, ha sido el acontecimiento internacional más significativo desde la invasión de Irak, y, desde luego, el que más ha recordado a las sangrientas guerras de la antigua Yugoslavia y las de Cáucaso de los años noventa. Mientras se destruían Yugoslavia y la antigua URRS, los analistas políticos afirmaban que eso era una lógica consecuencia del final de la Guerra Fría y del colapso del comunismo. Se presentaba como un hecho inevitable, además de repetitivo en aquellas tierras (“balcanización” equivale a destrucción cíclica de los Estados nacionales para crear nuevos Estados, por lo general, étnicamente puros). El colapso del comunismo se presentó  como “el final de la Historia”, como la victoria definitiva de la democracia, como punto final de los acuerdos de Yalta (1946), donde Roosevelt, Churchill y Stalin, dividieron el mundo en zonas de “influencia” Sin embargo, la invasión rusa de Georgia nos ha devuelto el lenguaje de la Guerra Fría, y el conflicto se presenta como provocado por el deseo de Rusia de recuperar su papel de gran potencia y de ejercer de nuevo su “influencia”.
 
Puede que los líderes políticos occidentales no se hayan sorprendido por la invasión rusa, pero desde luego han reaccionado como si fuera así. ¿Cuáles son las razones de esta reacción, y qué podemos esperar en el futuro de Rusia en su relación con los países vecinos y con Occidente? Para responder a esta cuestión conviene recordar cómo se ha desarrollado el conflicto, y cómo los políticos occidentales no han rebasado una retórica deudora del lenguaje de la Guerra Fría, haciendo compatible la condena de la invasión de un país soberano con los buenos modales.
 
Rusia ha invadido Georgia con el pretexto de proteger a la población rusa que vive en Osetia del Sur. El presidente de Georgia, Mijeil Saakashvili, cometió un error estratégico al ordenar el comienzo de la operación militar en Osetia del Sur durante la noche del 7 al 8 de agosto, con el pretexto de expulsar a los paramilitares rusos de un territorio que pertenece teóricamente a la nación georgiana. Saakashvili confiaba en su aliado principal, los EE.UU., y no creía que los rusos respondieran, como lo han hecho, a una movilización del ejército contra una población que, en su mayoría, tiene pasaporte ruso. Osetia del Sur está ubicada 100 kilómetros al norte de la capital georgiana, y es un territorio que no reconoce la autoridad de Tbilisi desde que consiguió la independencia de Georgia en la cruenta guerra de 1991-92. Desde entonces mantiene un vínculo estrecho con  la vecina Osetia del Norte, que pertenece a la confederación rusa. Los osetios del sur sostienen su independentismo respecto a Georgia arguyendo que son distintos étnicamente de los georgianos tanto por lengua como por religión (los georgianos son cristianos ortodoxos, mientras la mayoría de los 70.000 habitantes de Osetia del Sur son musulmanes), y que, aunque según las fronteras administrativas de la URSS pertenecen a Georgia, una vez desaparecido el comunismo, no hay legitimidad alguna en dicha adscripción territorial. No está claro por qué Saakashvili ha elegido exactamente estas fechas para poner orden en una provincia que ya no controla. La incursión militar georgiana pudo ocurrir en cualquier momento desde el 2003, toda vez que la recuperación del territorio perdido en la guerra de los noventa fue uno de los objetivos principales del programa de gobierno de Saakashvili. También influye el hecho de que, hasta el conflicto de agosto pasado, 500 observadores de Rusia, Georgia y Osetia del Norte, tuvieron como misión garantizar el cumplimiento del acuerdo de paz firmado en 1992 (que no se cumplía). En los últimos 16 años, los incidentes entre los osetios y georgianos han sido muy frecuentes. La historia de Abjazia (el lugar favorito de vacaciones junto al Mar Negro de las elites rusas) en relación con Georgia y Rusia es prácticamente la misma. Saakshvili prometió en su campaña electoral que devolvería a la soberanía georgiana estos dos territorios, identificando parcial y conscientemente su imagen política con la del rey georgiano medieval David Agmashenebeli, que unió estos territorios a su reino. Por tanto, daba a entender que lo perdido una vez en la guerra sólo se podría recuperar a través de otra.
 
A pesar de que el caso de Osetia del Sur y de Abjazia se compara con el caso de Kosovo, se parece mucho más al de la Krajina serbia, en Croacia. La operación militar de Saakshvili, tuvo los motivos análogos a los de la operación croata “Oluja” (“Tormenta”) de 1995 en la Krajina serbia, dirigida por el entonces presidente croata, Franjo Tudjman, y muy apoyada por las fuerzas militares de los EE.UU., sin cuya ayuda los croatas no hubieran conseguido reincorporarse el territorio conquistado por los serbios en 1992. Sin embargo, los EE.UU. fallaron a la hora de ayudar a los georgianos. Los rusos no sólo “liberaron” a los osetios, sino que estuvieron a punto de aniquilar al ejército de Georgia. Los georgianos no han tenido la mínima visión política y estratégica a la hora de decidir su intervención en Osetia del Sur: calcularon mal sus propias fuerzas, confiando en una ayuda occidental que no se ha producido e infravalorando la capacidad de respuesta de Rusia.
 
Es incuestionable que el ejército ruso invadió el territorio de un Estado soberano, que cometió sistemáticamente vejaciones y crueldades contra la población civil, y que ha ganado la guerra en cuatro días, aceptando unos acuerdos de seis puntos para el alto de fuego y retirada de sus tropas, tras la mediación del presidente en funciones de la UE, Nicolas Sarkozy, cuyo cumplimiento parece bastante improbable. También es obvio que la Unión Europea no ha estado a la altura de las circunstancias: ha reaccionado tarde y mal, por su pacifismo endémico, que le lleva a enfatizar la llamada vía diplomática (como si no se hubiera demostrado, en las guerras de la antigua Yugoslavia, que  a los interlocutores que previamente han demostrado disponer de fuerza militar y estar dispuestos a usarla, la “vía diplomática” les sirve sólo para ganar tiempo) y, sobre todo, por el temor  de perder suministros vitales de energía: el gas ruso satisface el 40% de las necesidades europeas y el petróleo, un 25%.  Los EE.UU. han permitido que un aliado suyo sea humillado, no sólo por hallarse abismados en los prolegómenos de las elecciones presidenciales,  sino, sobre todo, por la conciencia culpable de que haber creado un  precedente, auspiciando la independencia de Kosovo. Los barcos americanos en el Mar Negro, que supuestamente intimidarían a los rusos, son tigres de papel,  cuya función se limita a hacer llegar la ayuda humanitaria a los georgianos.
 
Respecto a Kosovo, conviene aclarar dos aspectos: los rusos habrían invadido Georgia y habrían apoyado la independencia de Osetia del Sur y Abjazia, aunque Kosovo no hubiera proclamado su independencia. Kosovo no es la causa de la actitud rusa, pero, sí el pretexto. Las declaraciones del presidente ruso Medvedev parecen una parodia deliberada de los argumentos que usaron los diplomáticos occidentales para apoyar la autodeterminación kosovar. Los que quieren distinguir entre el caso de Kosovo y Osetia del Sur, argumentan que Kosovo ha sido reconocido por más de setenta países, y Osetia del Sur y Abjazia sólo por uno. Este argumento no es válido, toda vez que la desintegración de Yugoslavia comenzó por el reconocimiento unilateral de Eslovenia y Croacia como Estados soberanos por parte de Alemania.
 
El conflicto en el Cáucaso no es distinto de ninguna de las guerras que han afligido a los países del extinto bloque comunista. Las exigencias de independencia que esgrimen los nacionalismos étnicos de Osetia y Abjazia, tampoco son insólitas. Lo nuevo en esta situación es que no nos encontramos ante una nueva Guerra Fría, aunque todo nos recuerde a ella: Rusia invadió Georgia sólo algunos días antes del cuadragésimo aniversario de la invasión soviética de Checoslovaquia - el 20 de agosto de 1968- , similar a otras dirigidas desde Moscú: la de Hungría en 1956 o la de Afganistán en 1979. A diferencia de entonces, cuando las invasiones encontraban comprensión y apoyo entre los simpatizantes del comunismo, la actual invasión rusa carece de una “causa” que la pueda legitimar, porque no tiene detrás una ideología. Los que temen una nueva Guerra Fría, se olvidan que aquélla fue una guerra entre dos ideologías, la democracia liberal y el comunismo. Si llegamos a una nueva guerra mundial, está no será en absoluto fría, y se parecerá, más que a otra cosa, a las antiguas guerras que se libraban para aumentar el territorio del propio Estado. Tras el colapso del comunismo los occidentales cometieron dos errores fundamentales: 1) diagnosticaron la victoria definitiva de la democracia y el consecuente fin de la Historia, pero a pesar de que en los países del “socialismo real” el comunismo hubiera perdido, esto no significó que la democracia hubiera ganado, y menos en Rusia, por más que Vladimir Putin afirmara que los rusos necesitaban una forma propia de liberalismo democrático, y 2) Occidente reconoció tácitamente a Rusia como heredera de la antigua URSS, y, para no ofenderle,  le ha dado un trato de gran potencia, aun considerando que no dispone de una fuerza militar equiparable a la de la OTAN. Su victoria en Georgia no significa que Rusia sea de nuevo una gran potencia, pero sí que su fuerza es más que suficiente para uso interno, y, desde luego, que los rusos han decidido aceptar el papel de potencia hegemónica en su periferia ex comunista.

 
 
Mira Milosevich es profesora e investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset.