Adiós, Santiago

por Rafael L. Bardají, 15 de enero de 2024

Conocí a Santiago López Valdivieso, si mi memoria no me falla mucho, allá por 1992, cuando sucedió como portavoz de defensa por el PP en el Congreso de los Diputados a Javier Rupérez.  El GEES había venido colaborando con Rupérez en temas como la Guerra del Golfo de 1991 y otras cuestiones, como el servicio militar obligatorio, y su paso a la comisión de Exteriores supuso que dobláramos nuestro asesoramiento.  Mi primer encuentro fue en la cafetería del Congreso, junto a Rodrigo Rato y a partir de ahí, las reuniones se sucedieron en todo tipo de ámbitos y lugares, desde FAES a mi casa.

La relación personal se aceleró cuando Ignacio Cosidó, miembro destacado del GEES a pesar de su entonces juventud, se incorporó como asesor de pleno derecho al grupo parlamentario y se hizo cargo de toda la maraña de preguntas, enmiendas y demás figuras de nuestro parlamento. Con Santiago manteníamos un dialogo de nivel estratégico pero sobre todo político pues era el llamado a ser el primer ministro de defensa de la era Aznar. O eso creíamos.

Santiago era listo y poseía un gran olfato político. Quizá por eso apoyó desde el primer momento nuestra postura de finalizar con la mili y dar a España un ejército plenamente profesional, postura que no todos en el PP del momento compartían. A diferencia de otros, nunca sentí que me dejara en la estacada ni en las cuestiones más peliagudas que defendíamos con ardor, como la reforma estructural del entonces CESID. Hablábamos sin tapujos y él aportaba los límites de lo políticamente asumible en un PP que se veía camino del poder.

Y llegó el día del tan esperado cambio en 1996. Pero como suele ocurrir, los equipos de la oposición casi nunca son los mismo que los del gobierno y en lugar de parar en Defensa, Santiago fue nombrado director de la Guardia Civil. Tuve el honor de ser uno de los primeros en visitarle en sus nuevas capacidades. Era tarde y se empeñó en tomar una copa en su nueva residencia. No porque quisiera alardear de un apartamento bastante envejecido, sino porque quería mostrarme el jacuzzi en color negro que Luis Roldán se había hecho construir, así como otros detalles que por el momento me voy a permitir omitir. No le encontré frustrado por no ser ministro, sino más bien encantado de poder estar al frente de un cuerpo como la Guardia Civil, un auténtico ejército en términos numéricos.

No soy quién para contar su esfuerzo modernizado del cuerpo ni sus aciertos o desaciertos en ese puesto. Sólo decir que fueron momentos intensos. Recuerdo con especial intensidad el episodio del desencuentro entre la guardia civil y el CESID sobre un piso operativo en Vitoria que acabó en los tribunales y que el director del servicio de inteligencia se lo tomó como toda una declaración de guerra. También le tocó lidiar con el supuesto espionaje a la ahora ora vez en el candelero Bárbara Rey. Gajes del oficio que diría Santiago.

También me vi con él, con especial intensidad, en los días entorno al 11M. Fuimos de los que descartamos la autoría material de ETA desde los primeros momentos y eso le supuso ser injustamente marginado en su querido PP. Pero Santiago miraba a todo con una gran sonrisa de distanciamiento. El distanciamiento que da la sabiduría y el pragmatismo.

Santiago, para mí, siempre fue un hombre valiente. Incluso en lo personal, como cuando decidió poner fin a su matrimonio de muchas décadas y emparejarse con quien ha sido su compañera hasta sus últimos momentos, movido por el amor.

Alejado unos años de la política activa, volví a verle con más frecuencia en su paso por el Senado y gracias a la mediación de Ignacio Cosidó logramos mantenernos en contacto. Yo creo que compartíamos más allá de intereses inmediatos una visión cínica de la vida política española de la que poco podía y puede esperarse y de la que ahora se lamenta el nuevo líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo.

La vida siempre es una molesta distracción de lo importante y me apena no haber podido verle en estos últimos meses. Sabía que andaba mal. Su afición por fumar como un carretero no ayudaba, desde luego. Pero la noticia de su fallecimiento me ha pillado desprevenido.

Santiago deja un vacío en el GEES al que tanto apoyó y escuchó. A mi, personalmente, me entristece la marcha del exponente de toda una generación de hombres buenos, dedicados al servicio público por una política que nos trajera un mundo mejor. No entró en política para asegurarse un sustento que, como empresario, no necesitaba. Quería hacer cosas.  Y en eso intentamos ayudarle en lo que sabíamos o podíamos.

Descansa en paz Santiago. Nunca te olvidaremos.