Benedicto XVI: tres verdades para España

por Enrique Navarro, 19 de noviembre de 2010

 

Apenas estuvo El Papa menos de 48 horas en España y dejo una profunda huella: en los que le recibían alborozados como miembros activos de la cada vez menos activa comunidad católica; y en los que desde el laicismo radical ven en la religión y en su máximo representante la mayor amenaza a sus postulados y que intentaron activamente boicotear la visita. Como también en la clase política: unos porque se quedaron y otros porque desaparecieron.
 
Ratzinger se ha mostrado, una vez más, firme ante los desafíos que vienen marcando su apostolado desde que asumiera la silla de Pedro y vino a España para reivindicar los principios morales y políticos que con gran brillantez y acierto ha venido defendiendo desde sus escritos iniciales en los años sesenta. En toda su obra, el Papa se ha mostrado muy beligerante contra la reinterpretación de los principios de la doctrina católica, sobre todo a raíz del Concilio Vaticano II; contra el laicismo creciente en las sociedades occidentales y contra el fundamentalismo religioso como puso claramente de manifiesto en su ya célebre discurso de Ratisbona en septiembre de 2006. Estos tres aspectos han sido una vez más los principales argumentos de su visita.[1]
 
Si hay a mi juicio una preocupación común en toda la obra de Ratzinger que ha producido admiración también entre los más recalcitrantes agnósticos, ésta es la superación de la oposición entre Fe y Razón. Para el Papa, no se trata de un trade off; ni la religión debe perder de vista la razón, ni ésta pretender vivir y crecer al margen de aquélla. La religión sin la razón lleva al fundamentalismo religioso que continua azotando a las sociedades modernas como ya lo hizo en el pasado; y la razón sin la fe lleva al autoritarismo, a la negación del hombre y su libertad.[2]
 
Pues bien, el Papa, continuando con esta línea argumental, trajo a España unos mensajes claros que nuestros actuales gobernantes no quieren escuchar primando una pretendida razón sobre la religión, y exhibiendo abiertamente sus ambiciones laicistas como argumento de razón. Esta hostilidad hacia la religión no es sino una muestra más de la ceguera de los gobernantes como viene a mostrar Jürgen Habermas, un filósofo que como es bien conocido no profesa precisamente la fe cristiana, cuando afirma: "Para la auto-conciencia normativa del tiempo moderno, el cristianismo no ha sido solamente un catalizador. El universalismo igualitario, del que brotaron las ideas de libertad y de convivencia solidaria, es una herencia directa de la justicia judía y de la ética cristiana del amor. Esta herencia, sustancialmente inalterada, ha sido siempre hecha propia de modo crítico y nuevamente interpretada. Hasta hoy no existe una alternativa a ella.”[3]
 
El viaje a Santiago de Compostela con el argumento de la peregrinación jacobea como articuladora de Europa, y a Barcelona para consagrar la Sagrada Familia con el tema de la expresión de la verdad en la belleza y la continuidad entre tradición y renovación, han supuesto los dos aspectos esenciales de la corta visita del Santo Padre a nuestro país.
 
Tres han sido a mi juicio los ejes de la visita que exceden de la propia órbita de la comunidad católica y que tienen una ambición universal más allá de los credos religiosos.
 
Contra el relativismo europeo
 
El primer eje es Europa y la necesidad de un resurgir de la Europa de los valores que la caracterizaron como faro del mundo durante siglos. Dicen que una vez preguntaron a Paul Valéry, qué era Europa, y él respondió con tres palabras: “Atenas, Roma y Jerusalén”. Negar esta identidad supone renunciar a lo que somos y lo que representamos y nos sume en una deriva sin rumbo de la algunos tratan de sacar partido para beneficio propio o imponer sus tesis de negación del individuo
 
De Atenas nos ha venido el amor a la libertad política y la democracia. La filosofía, otra gran aportación griega, se funda también en la libertad del ciudadano frente a los mitos religiosos. De ahí también la importancia de la educación: la filosofía busca educar hombres libres en el pensamiento y en la acción. Busca lo verdadero, lo bueno y lo bello.
 
De Roma nos ha llegado la creación del Derecho y la organización del Estado. Europa se funda en el valor de la Ley por encima de todos. El Estado no está para servir al gobernante, sino a la “cosa pública”. Sin Ley y sin Estado no hay democracia posible ni derechos individuales.
 
De Jerusalén nos ha llegado el judaísmo y el cristianismo, que aportan una idea de Dios nueva, y en consecuencia del hombre y del mundo. El Dios de los judíos y los cristianos es un Dios creador, que ha dejado su huella en la naturaleza, y ha mandado al hombre que la someta con su trabajo. La ciencia moderna tiene su origen en este mandato bíblico. Ver la vida como una tarea y como una responsabilidad personal, es una idea cristiana que está en la base de la mentalidad europea.
 
Ambos conceptos están indisolublemente unidos y nos caracterizan desde sus mismos comienzos hace ya más de dos mil años.
 
El discurso de Benedicto XVI ante las autoridades y el Cuerpo Diplomático en Viena en Septiembre de 2007, marcó un punto de inflexión en el llamamiento continuado que el Papa ha venido haciendo a los europeos.
 
La "casa europea", como solemos llamar a la comunidad de este continente, sólo será para todos un buen lugar para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural y moral de valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras tradiciones. Europa no puede y no debe renegar de sus raíces cristianas, que representan un componente dinámico de nuestra civilización mientras avanzamos por el tercer milenio. El cristianismo ha modelado profundamente este continente.
 
Hoy se habla a menudo del modelo de vida europeo. Con esa expresión se alude a un orden social que combina eficacia económica con justicia social, pluralismo político con tolerancia, liberalidad con apertura; pero también significa conservación de valores que otorgan a este continente su característica peculiar
 
Para Benedicto XVI los caminos de Santiago son un elemento esencial en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Así el Papa nos lanza un reto:
 
Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.[4]
 
Y en la ceremonia de despedida en Barcelona afirma con mayor convicción si cabe:
 
Los caminos que atravesaban Europa para llegar a Santiago eran muy diversos entre sí, cada uno con su lengua y sus particularidades, pero la fe era la misma. Había un lenguaje común, el Evangelio de Cristo. En cualquier lugar, el peregrino podía sentirse como en casa. Más allá de las diferencias nacionales, se sabía miembro de una gran familia, a la que pertenecían los demás peregrinos y habitantes que encontraba a su paso. Que esa fe alcance nuevo vigor en este Continente, y se convierta en fuente de inspiración, que haga crecer la solidaridad y el servicio a todos, especialmente a los grupos humanos y a las naciones más necesitadas.
 
Como el Siervo de Dios Juan Pablo II, que desde Compostela exhortó al viejo Continente a dar nueva pujanza a sus raíces cristianas, también yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien.[5]
 
Contra el laicismo salvaje
 
El Segundo eje de la visita lo constituye la denuncia del creciente laicismo de la sociedad y las amenazas que se derivan del mismo hacia elementos básicos de nuestra existencia como la defensa de la vida, de la familia y de la acción social como principios rectores de la política con mayúsculas.
 
Esta catedral nació por una devoción típica del siglo XIX: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret. Pero se podría decir que esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque la cuestión de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad. La familia es el tema fundamental que se expresa aquí, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en una familia y nos llama a edificar y vivir la familia.[6]
 
La alerta contra no solo el laicismo imperante sino sobre todo, contra la creciente hostilidad a la Iglesia Católica y en general a la moral, se ha puesto de manifiesto de forma muy reflexiva por Benedicto XVI.
 
Con este dicasterio he pensando en el mundo entero, porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, es universal, pero hay naturalmente un centro: el mundo occidental, con su laicismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe tratar de renovarse para ser fe hoy y para responder al desafío de la laicidad. En Occidente todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema: hemos tenido, por ejemplo, los viajes a Francia, a la República Checa, al Reino Unido, donde por todas partes está presente de modo específico para cada nación, para cada historia, el mismo problema.[7]
 
Y el Papa alerta del anticlericalismo creciente en la sociedad española azuzado desde el gobierno y los medios de comunicación y que tienen un gran eco social.
 
 Y esto vale también de manera fuerte para España. España ha sido siempre un país originario de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España: por eso, para el futuro de la fe y del encuentro —no desencuentro, sino encuentro— entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España.[8]
 
Finalmente el Papa desde su altura moral lanza a los gobernantes europeos claros mensajes de compaginar modernidad y tradición ya que esta última contribuye a realzar la primera, y la primera si una guía moral lleva al vacío.
 
Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural.
 
 Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar.
 
El cuidado de los más débiles, mucho han contribuido los formidables avances de la sanidad en los últimos decenios, que han ido acompañados por la creciente convicción de la importancia de un esmerado trato humano para el buen resultado del proceso terapéutico. Por eso, es imprescindible que los nuevos desarrollos tecnológicos en el campo médico nunca vayan en detrimento del respeto a la vida y dignidad humana, de modo que quienes padecen enfermedades o minusvalías psíquicas o físicas puedan recibir siempre aquel amor y atenciones que los haga sentirse valorados como personas en sus necesidades concretas.[9]
 
Finalmente el Papa llama a la regeneración moral de Europa y a la búsqueda de aquellos valores que están en las propias raíces de nuestra identidad.
 
 El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.[10]
 
Las relaciones entre fe y razón
 
El tercer eje de la visita se centra en la necesaria imbricación entre fe y razón, y en este contexto, el Papa manifiesta asimismo la perfecta y necesaria coordinación e imbricación entre fe y belleza.
 
Nos recuerda el Papa en numerosos textos el papel “corrector” de la religión respecto a la razón que no siempre ha sido bienvenido, en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas sociales. Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso deseo el Papa nos indica que el mundo de la razón y el mundo de la fe necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización.
 
Nos dice el Papa repetidamente que no actuar según razón es contrario a la naturaleza de Dios» y que toda religión ha de respetar la dignidad del hombre ayuda a comprender que el acto de fe ha de ser un acto razonable y libre, nunca impuesto por la violencia: ni por la violencia física del terrorismo ni por la violencia de leyes civiles que no respeten la libertad de culto y de conciencia.[11]
 
Y en su viaje a España, el Papa vuelve a recordar esta necesaria imbricación:
 
Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como verdad.
 
Finalmente ante la maravillosa obra de Gaudí, Benedicto XVI incide en la estética, en la belleza como prueba de Verdad:
 
Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza. En la Iglesia, desde el inicio, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la salvación de Dios se ha expresado en las imágenes del mundo, en el arte, en la pintura, en el canto, y luego también en la arquitectura. Todo esto es constitutivo para la Iglesia y sigue siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia ha sido madre de las artes a lo largo de siglos y siglos. El gran tesoro del arte occidental —música, arquitectura, pintura— nació de la fe en el seno de la Iglesia. Actualmente hay cierto «disenso», pero esto daña tanto al arte como a la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte a medias, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte como algo del pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro —yo diría, el conjunto— entre arte y fe está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad, y para que el arte no pierda el contacto con la fe.[12]
 
Y sin duda el viaje culmina a mi juicio con una declaración de enorme impacto sobre la necesidad de hallar la belleza en nuestro quehacer diario.
 
Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo.


 

Notas

[1] Ratzinger, Joseph y Messoria, Vittorio. ”Informe sobre la fé” Ed. Biblioteca de escritores cristianos. (Madrid 1986).
[2] Habermas & Ratzinger.” Debate sobre las bases morales del Estado” Academia Católica de Munich; 19 de enero de 2004.
[3] Benedicto XVI” Discurso a las autoridades y Cuerpo Diplomático” Austria 7 de septiembre de 2007.
[4] Homilía del Santo Padre en la Misa celebrada en la Catedral de Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010.
[5] Ceremonia de despedida en el aeropuerto de “El Prat” 7 de noviembre de 2010.
[6] Benedicto XVI, “Homilía de consagración de la Sagrada familia. 7 de noviembre de 2010.
[7] Declaraciones del Papa en el vuelo de viaje a España. 6 de noviembre de 2010.
[8] Declaraciones del Papa en el vuelo de viaje a España.
[9] Benedicto XVI” Visita del Papa a la obra benéfica Nen Déu. 7 de noviembre de 2010.
[10] Benedicto XVI.” Homilía en la Santa Misa celebrada en Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010.
[11] Benedicto XVI” Discurso de su Santidad en Westminster Hall; 17 de septiembre de 2010.
[12] Benedicto XVI. Discurso en la Sagrada Familia. 7 de noviembre de 2010.