Israel nunca ha dejado de estar en guerra
por Rafael L. Bardají, 9 de octubre de 2023
Vayan mis palabras, en primer lugar, a honrar las víctimas, civiles y militares, y sus seres queridos, destrozados por este ataque terrorista a gran escala llevado a cabo por Hamas. 600 muertos y más de 2000 heridos exigen no sólo memoria, sino justicia. El Estado de Israel fue creado para proteger al pueblo judío de sus múltiples enemigos y tiene que seguir cumpliendo dicha función.
El Oriente Medio no es un lugar para buenistas y mucho menos para ese virus instalado en Occidente bajo el falso nombre de wokism. Más que un “despertar”, la mentalidad woke no hace otra cosa que enmascarar la realidad, desarmar a los ciudadanos de bien, moral y físicamente, y dejar a la sociedad a merced de la barbarie.
Los ciudadanos de Israel lo han sabido bien desde el mismo día del nacimiento del estado judío el 14 de mayo de 1948. Su declaración de independencia fue contestada con una invasión por parte de Egipto, Jordania, Siria, Irak y el Líbano que, de no haber sido repelida y frustrada por la defensa israelí, hubiera supuesto el fin recién nacido Estado. No creo que sea necesario hacer un recordatorio de todos los ataques que Israel ha sufrido desde entonces, bien a manos de ejércitos tradicionales, bien a manos de grupos terroristas. No deja de ser una ironía de la Historia que esta nueva ofensiva de Hamas se haya lanzado en el 50 aniversario del arranque de la guerra del Yom Kippur, el 6 de octubre de 1973. Es más dramático que hoy, como entonces, las defensas de Israel hayan sido pilladas por sorpresa.
Me imagino que al igual que tras la sorpresa estratégica de 1973 se creó la comisión Agranat dedicada a analizar los fallos de inteligencia que impidieron a Israel estar preparada para prevenir o repeler con eficacia los ataques desde Egipto y Siria, Israel volverá a crear una comisión que estudie cómo un ataque de tanta envergadura, desde tantos puntos de ataque, con infiltraciones prolongadas en suelo de Israel, con secuestros de docenas de civiles y soldados llevados a la fuerza a Gaza, con ocupaciones sostenidas de bases policiales y militares, con rehenes y un nivel de destrucción y caos nunca antes visto, ha sido posible y ha costado tanto esfuerzo ponerle fin.
Si esa comisión llega a ver la luz, se sacarán indudablemente todas las lecciones tácticas y operacionales debidas. Pero este ataque va más allá de lo táctico y operacional. Ni siquiera se queda en el nivel estratégico y político. Desde mi humilde punto de vista, y hasta donde conozco Israel, la sorpresa y la escasa preparación para limitar este ataque hunde sus raíces en la acelerada “occidentalización” del pueblo israelí. Entendiendo por “occidentalización” su última manifestación cultural, la mentalidad woke. Vaya por delante que creo firmemente que Israel tiene todo el derecho del mundo a ser una nación democrática, moderna, dinámica y prospera. Y de hecho, en los últimos 20 años hemos asistido a una profunda transformación social que ha puesto Israel en la vanguardia de la innovación tecnológica allí donde se lo ha propuesto. Pero la “start-up nation” por mucho que quiera asemejarse a nuestras democracias en Europa o América, tiene algo que nosotros todavía no hemos experimentado en igual intensidad y extensión: el odio de sus vecinos y su deseo de aniquilar tanto el Estado de Israel como acabar con el pueblo judío.
Como miembro del High Level Military Group he tenido la oportunidad de visitar Israel en los últimos diez años para estudiar y evaluar cada operación militar con la que Israel ha tenido que responder a Hamas en Gaza, así como evaluar la situación en el norte del país, frente a Hizballah en Líbano y las milicias proiraníes en Siria y también aprender de las tácticas empleadas para prevenir los ataques más o menos espontáneos con los que palestinos radicales han asesinado y herido a cientos de israelíes recurriendo a atropellos y cuchillos de cocina. Algo de lo que en Europa sólo hemos visto la punta del iceberg. (Todos los análisis se pueden consultar aquí ).
Al final de cada operación, el mensaje que obteníamos por los responsables militares de las IDF siempre se resumía en un “la disuasión ha sido reestablecida”. Declaración que era válida hasta que dejaba de serlo y Hamas volvía a lanzar cohetes, enviar cometas armadas con globos incendiarios, cavaba túneles con los que acceder a granjas y secuestrar a sus residentes, disparaba cohetes anticarro o alentaba protestas masivas en la verja y penetraba con operativos el terreno de la Autoridad Palestina en Cisjordania. Por mucho que nos dijesen, la disuasión nos parecía cada vez más un elemento soluble con el paso de los meses.
En una de nuestras últimas visitas, a finales de 2021, bajo el entonces gobierno bicéfalo de Bennet y Lapid, nos dejó bastante preocupados, tengo que decirlo, que en todas las presentaciones de los altos mandos operativos el primer punto a tratar en el terreno de las amenazas fuera el cambio climático. Y no se limitaba solo al papel de la escasez de agua y su impacto en las rivalidades de la región. Era todo un despliegue de ecologismo importado desde las grandes cumbres climáticas, Davos y las instituciones americanas.
En aras a la verdad también tengo que decir que la segunda gran preocupación de los mandos militares era la nueva era de competición estratégica de las grandes potencias y su posible impacto en la zona. Algo premonitorio teniendo en cuenta que en menos de tres meses se produciría la invasión rusa de Ucrania y la paulatina creación de los dos bloques beligerantes, uno en torno a Washington y el otro en apoyo de Putin.
Y ciertamente, este ataque invasión de Hamas puede perfectamente explicarse recurriendo a esta competición de las grandes potencias. Al fin y al cabo, la seguridad de la región y la de Israel siempre han estado influidas por actores e intereses foráneos. No sé si la mano de Putin está detrás de la osadía de los líderes de Hamas, pero desde luego el Kremlin es uno de los grandes beneficiarios de una guerra entre Israel y Gaza. Como bien sabemos, las guerras son sumamente voraces de munición y sistemas de armas. Hasta tal punto de que buena parte de los stocks americanos preposicionados en Israel para el caso de un conflicto abierto, han sido sacados de Israel en el último año para ser enviados como ayuda americana a Ucrania. Si Netanyahu de verdad actúa como el dirigente de un país en guerra, esos stocks de munición tendrán que ser repuestos en las próximas semanas o meses, por lo que la ayuda a Ucrania se resentiría. Putin sólo puede aplaudir, por lo tanto.
Regionalmente, quien mejor sale parado de momento es Irán. Tras la serie de miniacuerdos con la administración Biden por los que ha recibido ya al menos 6 mil millones de dólares a cambio de liberar unos pocos ciudadanos americanos encarcelados en Irán, vuelve a tener fondos suficientes para incendiar todo el Levante.
Pero hay más, dentro de esta competición entre las grandes potencias, no podemos obviar la creciente colaboración entre Teherán y Moscú, tal y como se ha visto en la ayuda militar contra Ucrania (drones y obuses pesados, que se sepa), ni las relaciones estratégicas entre Irán y China.
Pensar que la normalización entre los países árabes del Golfo e Israel, sobre todo con lo que iba a ser el inminente reconocimiento por parte de Arabia Saudí del Estado de Israel, iba a venir sin un alto precio, se equivocaban. Es más que probable que esta ofensiva de Hamas tenga entre sus objetivos hacer descarrilar la diplomacia que estaba sentando las bases de un nuevo impulso a los Acuerdos de Abraham. En los últimos días tres ministros del gobierno de Jerusalén habían visitado Riad como preludio de la apertura formal de relaciones. Ese escenario que se pensaba tan próximo puede verse ahora en entredicho en medio de un escenario bélico en el que la comunidad internacional pronto acusará a Israel de atrocidades que no cometer y olvidará denunciar las violaciones de toda norma por parte de los terroristas de Hamas.
Y, sin embargo, en mis dos últimas visitas a Israel con colegas del High Level Military Group, justo antes del verano, la idea más extendida en los círculos de seguridad israelíes era que la relación con Hamas podía estabilizarse gracias a incentivos económicos por un lado y a las lecciones que habrían aprendido en su último ataque en 2021, donde Israel acabó amenazando la vida de algunos de sus líderes, por otro. De hecho, cerca de 30 mil palestinos de Gaza han sido admitidos para trabajar en Israel en los últimos meses ya que se creía que esa era una medida que sólo podría afianzar la estabilidad en la relación entre gaza e Israel. Olvidando algo que Yassir Arafat nos dejó claro durante toda su vida: los líderes palestinos piensan siempre en palestina, pero nuca en los palestinos. A los dirigentes de Hamas el bienestar de los suyos no les preocupa lo más mínimo.
Leer la realidad estratégica en un mundo tan fluido es un reto, lo reconozco. Máxime, además, en un ambiente de polarización política del que Israel tampoco se libra. Mi buen amigo el Col. Richard Kemp y yo escribimos un artículo allá por el mes de febrero, tras comprobar el grado de animadversión, casi enfermizo, de la oposición al actual gobierno de coalición. Utilizando la reforma judicial propuesta por el gobierno como ariete para deslegitimarlo por completo. Llamamientos como los del exprimer ministro Ehud Barak a la insurrección o el rechazo de reservistas a incorporarse a sus unidades, nos parecían altamente peligrosos porque podían llevar a creer a los enemigos de Israel que su división interna les volvía más débiles.
Incitar a la administración de Biden a castigar al ostracismo al nuevo primer ministro, tampoco nos parecía servir a los propósitos de un Israel próspero, libre y seguro. Porque el team Biden necesitaba pocos o ningún incentivo para torpedear todo lo bueno logrado por Washington y Jerusalén en los años de Donald Trump. Los Estados Unidos recuperaron la vieja política de regar con millones a los palestinos, independientemente de que mucho de ese dinero acabase convertido en sueldos de terroristas, la tradicional equidistancia de Obama entre Israel y Hizballah, forzando acuerdos fronterizos en detrimento de los intereses de Israel y, sobre todo, abrazando y loando las bondades de un entendimiento con Irán sobre su programa nuclear. La cosa sería de chiste si no hubiera sido, como se ha podido saber gracias al nuevo X de Elon Musk, que el enviado especial de la Casa Blanca y negociador con Irán fue despojado de sus acreditaciones de seguridad a finales de abril y despedido de su puesto tras sospechar que habría pasado documentación secreta a sus contactos iraníes. De hecho, el Congreso americano está investigando una posible infiltración de inteligencia iraní en la mismas Casa Blanca en estos momentos.
¿Qué pueden interpretar los dirigentes iraníes de un Joe Biden que huye precipitadamente de Afganistán, que no quiere mancharse directamente las manos en Ucrania, que está dispuesto a darles miles de millones a cambio de nada que les contenga?
¿Cómo es posible que los típicos Kalashnikov a los que nos tienen acostumbrados los terroristas islámicos hayan sido sustituidos en este ataque por M4 americanos? Esos miles de M4 que Biden dejó a los talibanes en su huida.
Aún peor, ¿cómo es posible que todo esto se haya desdeñado por parte de la inteligencia israelí? ¿Cómo es posible que las unidades militares hayan sido cogidas en tan bajo estado de preparación? ¿No es Gaza la zona del mundo más penetrada por los medios de inteligencia civil y militar?
La izquierda israelí ya está responsabilizando al primer ministro Netanyahu por esta catástrofe. Le culpan de haber llevado tropas a Cisjordania no porque la situación haya se haya deteriorado sustancialmente ( y sólo hay que mirar a Jenin, por ejemplo), sino para satisfacer la seguridad de los partidos religiosos en su gobierno. Lo dije hace meses y lo repito ahora: la izquierda ha enloquecido en todo el mundo occidental, pero en Israel se ha vuelto mortalmente peligrosa. Si creen que echando a Bibi Netanyahu del poder se resolverán todos sus problemas, están más que equivocados.
Es triste y dramático, pero también irónico que muchas de las víctimas y secuestrados por Hamas fueran jóvenes que estaban asistiendo a un concierto en pro de la paz, a pocos kilómetros de Gaza. Quien creyese que por hablar de paz estaban seguros a escasos metros de Hamas se ha equivocado por completo.
Israel tiene derecho a ser un país normal, como cualquier otro, pero no puede permitirse creerse que lo puede ser rodeados de barbarie cuyo último fin es echar a todos los judíos al mar. Triste e injusto, pero no menos verdad por eso. Una equivocación en España o Francia conlleva costes, sin duda, pero un error de Israel puede llevarle a la extinción. La mentalidad woke es suicida para Occidente, pero para Israel es un peligro inminente. Y se es tan woke creyendo a pie juntillas que Hamas puede ser domesticado mediante el estómago, como que a Irán se le puede contener en la periferia israelí o que los americanos siempre van a estar ahí en defensa de Israel. No digo ya de pensar que el cambio climático debe ser la preocupación número uno.
Israel no tiene sólo que reponerse de esta nueva agresión. Tiene que despertar y volver a reconocer la realidad hostil en la que se encuentra. Es su futuro lo que está en juego.