Nucleares sin fronteras

por Rafael L. Bardají, 5 de noviembre de 2021

Tengo que confesarlo: a mi, Greta Thumberg cada vez más me recuerda a Regan MaCNeill, la desvertebrada niña del exorcista. Igual mirada, igual odio, iguales bilis. La misma posesión, solo que ahora el diablo se viste de ecologista.

 

No hay nada malo en preocuparse por la salud del planeta. Pero puede ser mortal apuntarse a una agenda que sólo busca empobrecer al mundo occidental. Menos producción industrial, menos ganadería, menos agricultura, menos pesca, menos niños… Es verdad que con cada cumbre del clima se pone más de relieve el grado de cinismo de los actuales “ecolojetas”: 85 vehículos a gasolina de la comitiva del presidente Biden; los 400 jets usados por nuestros lideres para llegar y marcharse de Glasgow; la ausencia de los más contaminantes; la imposible factura a la que se comprometen alegremente nuestros gobernantes.

 

Hay dos verdades que siempre se nos ocultan. La primera, que no hay dinero suficiente en nuestras arcas para hacer esa cacareada transición ecológica y acabar con nuestra dependencia de los hidrocarburos y mucho menos para poner fin a la era del petróleo allende nuestras fronteras. Es más, si con todo decidiéramos hacernos el harakiri y dejáramos de comer carne, nos moviéramos andando, prescindiéramos de la electricidad, de los plásticos y de tantas cosas de consumo diario, estaríamos regresando a la Edad Media, periodo nada envidiable en términos de comodidad y esperanza de vida.

 

Pero la segunda gran ocultación es que gracias a nuestros sacrificios, quienes se benefician no es el planeta, sino los países que venden ese petróleo que nosotros no queremos pero que el resto del mundo sí. Casualmente una buena parte de los productores de petróleo no son democracias, sino todo lo contrario y usarán su ventaja económica para imponerse sobre nosotros. Desde Rusia a Irán. Mientras, los ambiciosos, como China, continuarán consumiendo y contaminando porque no quieren renunciar a su marcha hacia la riqueza y la hegemonía mundial. 

 

La única opción razonable para preservar el planeta a la vez que nuestro nivel de vida, no es bailar al son de la niña Thumberg, sino reconocer que la única energía barata, limpia y eficaz es, hoy en día, la energía nuclear. Es más, hoy las centrales nucleares son más seguras que nunca antes. Si Chernobyl se produjo fue a causa de la corrupción del sistema soviético. Y Fukushima por un maremoto que mató a decenas de miles de japoneses. Y, con todo, Japón ha sabido recuperarse en un tiempo récord.

 

Que los defensores de la lucha contra el cambio climático rechazan de plano la única forma de producir energía suficiente, barata y no contaminante, la nuclear, pone de relieve que su interés por salvar al planeta esconde algo, su deseo oculto de hacer pagar a Occidente por algo de lo que no somos los responsables. Al menos no de manera exclusiva. El ecologismo es hoy una ideología explotada por los enemigos de la libertad, la prosperidad y la sociedad occidental. Nada más y nada menos. Y con esa perspectiva hay que juzgarlo.

 

A mi me gustan los coches Tesla pero no porque no contaminen (su proceso de producción es tan contaminante como cualquier otro), sino por toda otra serie de razones, desde la estética hasta mi apoyo a la figura de Elon Musk. Pero no pienso que los coches eléctricos representen más que un gesto insignificante para la salud de la Tierra. ¿Cuántos harían falta y durante cuántas horas para compensar los vertidos a la atmósfera del volcán de La Palma? 

 

No nos autoengañemos. Ni el cambio climático es el Apocalipsis con el que algunos nos amenazan (y en el que evidentemente no creen nuestros gobernantes a tenor de su comportamiento) ni la agenda para luchas contra él es realmente eficaz. Para lo que si va a servir de verdad es para hacernos la vida imposible. Y cara. Pero no porque lo exija el planeta. Sino porque eso es lo que quieren los anti capitalistas y los autócratas de este mundo.