Sin conciencia de Estado

por Rafael L. Bardají, 9 de diciembre de 2010

 

(Publicado en La Gaceta, 6 de diciembre de 2010)
 
Si a José María Aznar en el pasado o a Mariano Rajoy en el futuro se les hubiera ocurrido someter al código militar a unos huelguistas, el PSOE les habría crucificado hasta tal punto que su futuro sólo podría ser el exilio. Ése, y no otro, es el verdadero estado de alarma que aqueja a nuestro país. A saber, que el socialismo español no tiene ni conciencia ni comportamiento de Estado, algo que quizá le sobre en demasía al Partido Popular.
 
Zapatero ha dado, una vez más, muestra soberana de cobardía, parapetándose en su fiel escudero José Blanco, a la sazón ministro de Fomento y último responsable del comportamiento de los controladores aéreos, a los que, ahora, ante su incapacidad negociadora, militariza para poder así amenazar con meterles en la cárcel. Y todo porque no se atreve a hacer lo que debía: despedir a unos cuantos.
 
Y mientras el presidente intenta escurrir el bulto, medio país se inclina por que se vaya ya y el otro medio por que le echen los suyos, y si tiene que ser Rubalcaba o Bono quien le sustituya, pues que así sea. Pero Zapatero no se va a ir porque no se puede ir. Al menos si aspira a poder salir a la calle del brazo de Sonsoles y sus hijas sin que le increpen, insulten o algo peor. Yo no se lo deseo, por caridad cristiana, pero me meto que eso es lo que le esperaría si se va y, desde luego, si son los suyos quienes le fuerzan a dimitir. Esto no es Inglaterra, donde el cainismo político es algo aceptado como un hecho natural, de Thatcher a Blair. Es España y si los suyos no le respetan, ¿por qué deberían hacerlo los demás?
 
Por eso no se va a ir, porque Zapatero querrá dejar una mejor imagen que la que se ha forjado a pulso con su proyecto posmoderno, sectario, antiespañol y, sobre todo, ruinoso. Para eso, lo que necesita es tiempo. Hasta me atrevería a apostar que si se oliese que le van a sustituir, convocaría elecciones para que no pudiera presentarse ningún otro candidato. Claro que, a lo mejor, él y yo estaríamos equivocados.